4/16/2007

Después de unas cuantas noches (calculo yo) de largas y grandes torturas en una especie de tugurio tenebroso del que solo poseo un vago recuerdo gracias al dolor que causó mi desmayo, desperté en un campo al que creo que nunca había ido antes. El lugar era oscuro, aunque la luna llena permitía deducir la silueta de arbustos, lápidas y panteones derruidos y abandonados. No podía levantarme debido al dolor tan intenso que tenía por todo el cuerpo, con gran esfuerzo podía respirar.
Me parecía un lugar tan estremecedoramente silencioso que casi me asustaba. Pero no, no estaba asustada, había estado en sitios peores, había tenido un pasado tan bélico que ya no me asustaría ni estar en las mismísimas entrañas del diablo. No, lo que sentía era cansancio e intriga, pero sobre todo cansancio.
Al rato noté un cosquilleo en los pies y un calor extremo en mi piel, como si tuviese fuego alrededor de todo mi cuerpo.
Dios! - pensé - no, ¡otra vez no!
Me quemaba la piel, cerré los ojos y grité, pero no podía, la voz se me encallaba de la impresión. No, por favor. Otra vez no.

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